Giré sobre mis talones para responder el grito, alcé la mirada y logré ver una señora asomada por la ventana. -Cochinaaaa.. ¿qué haces tú viendo?- me di cuenta que aún seguía orinando, lo que causó una mancha con forma de arcoiris en la desdichada pared blanca que aceptaba mis improperios.
-Voy a llamar a la policiaaa- volvió a recriminarme.
-¿Y yo tengo la culpa que me den ganas de orinar justo aquí, en la pared de tú casa?. Lo lamento, señora vieja, pero déjeme ejercer mi derecho o voy a ser yo quien llame a las autoridades- contesté, levantando mi dedo índice, como cuando alguien dice algo importante.
Derrepente, sentí un corrientazo, un chorro de agua fría directo a mi ombligo, impactante, que por efectos de la impelable gravedad llegó a la totalidad del esplendor de ya saben quien, causando una acción retractil, parecida quizás, a la de las tortugas cuando se les molesta.
Pronto dejó de ser un chorro... para convertirse en mi propia cascada... y me vi empapado repentinamente, inclusive vi como volaba hacia mi un tobo lleno de agua, con el propósito de mojar cualquier cosa que se atreviese a estar en mi cuerpo.
-Vieja me mojaste- alcancé a gritar, temblando de frío.
-Vete borracho impertinente- respondió.
-¿Que me vaya?. Ahora que me mojas, ¿quieres que me vaya?, si me mojaste es porque querías verme desnudo.- Respondí, atreviéndome a ser sincero con mi contrincante. Y empecé a quitarme la camisa lentamente, cantando para mi la típica canción del striptis o como sea que se escriba, porque cantarla en voz alta hubiese sido una pérdida de tiempo. Me vi despojado de mi pantalón, mis medias siempre de color negro, las que me enseñó mi padre a ponerme, mi interior desteñido de otro color, todo, absolutamente.
-Aquí me tienes, como me lo pediste- grité, con todas mis fuerzas.
-Ya llamé a la policía, borracho...- Fue lo último que escuché de mi querida amiga. Al poco rato me atacó la nostalgia, no pude mantener nisiquiera esta nueva relación con esa señora, que no tuvo la culpa, de que alguien como yo tuviese la valentía de hacerla despertar con mis hazañas. Me senté en el filo de la acera, desnudo, mojado, y llorando, a esperar que mis nuevos amigos viniesen a buscarme.
Y aquí estoy, señor oficial, desnudo, mojado y llorando. Dándome golpes en el pecho por lo cruel que he sido. ¿Cree usted que debo ir a tocarle la puerta para pedirle su misericordia?. O acaso ¿debe ella acercarse hasta mí, y rogarme por nuevas fechorias en la pared de su casa?.
Se oscurece el escenario.
Hice lo que me dio la gana en mi vida de adolescente. No lo puedo negar yo, ni tampoco aquella señora que por una noche se convirtió en mi confidente.
Las consecuencias de la borrachera decidieron salir a la luz pública justo en el momento en que pasaba por aquella casa, y a partir de esa acción me vi encerrado en un calabozo junto a otros desadaptados meones, hasta donde quiero recordar.
Parece ilógico que con el estilo de vida que llevaba me hayan arrestado por orinar; pero ahora que lo pienso en frío, fue la gota que derramó el vaso que contenía mi vida de criminal.
El estar ahí me abrió los ojos. Estar encerrado me permitió ser libre, por muy paradójico que suene. Mi vida se convirtió en una propaganda de esas que venden cosas por televisión, con un antes y un después que estaba por construirse. Llame ya, al teléfono que ve en pantalla si desea cambiar su estilo de vida.
Desde aquel entonces, no volví a pasar por esa parte del pueblo. Hasta que un día decidí cerrar el círculo, para terminar algo que debí haber hecho hace tiempo. Caminé hasta la casa, me llené de valentía para tocarle el timbre y contarle quién era a la señora. Justo en esa ventana, apareció la chica más linda que mis ojos jamás hayan podido ver. Le pregunté si se encontraba la señora de la casa, y en ese momento rompió en llanto, con palabras entrecortadas alcanzó a decirme que su madre había muerto hace tiempo. Quise llorar con ella, pero sólo bajé la cabeza.
Me preguntó quién era yo y cómo había conocido a su madre. Fue entonces cuando decidí mirarla de nuevo, a los ojos, para convertirla en la espectadora principal de mi historia, y quizás, con suerte, en protagonista.
Dicen las malas lenguas, que siempre después de una historia triste, aparece una de amor.
Final parte II. Se oscurece el escenario. Cae el telón.
1 comentario:
Genial, de verdad genial. Me pude sentir tan identificada con el personaje de cierta manera, apesar de que soy mujer. La esperanza es lo último que se pierde y el amor siempre llega de maneras inesperadas!
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