Se escuchaban sólo unos pasos solitarios al fondo del pasillo desierto. Las sillas vacías e incómodas del corredor habían sido su acompañante durante la noche, y mientras la ansiedad contaminaba minuto tras minuto su sangre, se impacientaba esperando que su novia saliera de aquél cuarto del hospital deprimente y oscuro en el que yacía desde ayer.
No había logrado conciliar el sueño más de 5 minutos en toda la madrugada, cuando el ruido de una ambulancia que llegaba a emergencias lo había traído de vuelta a la realidad.
Con las primeras luces del alba fueron llegando los primeros inquilinos de aquél lugar de paredes mugrientas. Los fue examinando con la vista a medida que se iban sentando, todos, lejos de él. La mayoría era gente que esperaba respuestas de algún familiar que había ingresado de emergencia. Esa mañana, la gente de ahí jugaría a la ruleta rusa del Pérez Carreño.
El lugar se fue llenando lentamente, hasta que los recién llegados se vieron en la necesidad de sentarse cerca de él, evitando los prejuicios de verlo con la camisa llena de sangre.
Justo en la silla siguiente, se sentó un hombre alto, bien peinado, vestido a la perfección con un traje negro, nada acorde al lugar. Tenía en sus manos el periódico del día. Lo abrió de par en par, como si fuera a leerlo. Pero en vez de eso, volteó hacia él.
- Te conozco, y sé porqué estás aquí- le dijo, en voz muy sutil.
Juan se aclaró la garganta y sin inmutarse respondió - ¿Quién eres?.-
- Hoy, puedo ser tu mejor amigo o tu peor pesadilla.-
Hubo una pausa- ¿Te conozco?¿Cómo sabes quién soy?-
- Creo que eso no es lo más importante. Lo importante es que si quieres que la chica que está allá adentro siga viva, debes acompañarme.-
-¿Qué quieres de mi?-
-Dentro de unos segundos me levantaré y saldré de esta sala por el pasillo. Me pararé en el umbral de la puerta. Estaré allí esperándote.- Dobló por la mitad el periódico. Buscó dentro del bolsillo del traje y sacó un revólver, tapándolo con el periódico. -A no ser que tú tengas otra idea. Si te tardas más de cinco minutos, entenderé.-
Se quedó sentado viéndolo alejarse. Miró para todos lados, pero cada quien se encontraba sumergido en su propio mundo. Esperó un largo rato, se levantó y caminó hasta el final.
- Bien, acompañame.- le dijo el hombre, llevándolo a una esquina solitaria. - Ahora quiero que escuches bien mis palabras y que no las olvides. Cualquier cosa que hagas o no hagas que vaya en contra de lo que yo diga, pondrá en peligro la vida de ella y la tuya. ¿Quedó claro?-
Juan asintió con la cabeza. -Bien, sígueme.-
Salieron del hospital por la puerta principal. Justo en la calle, frente a la fachada, se encontraba una camioneta azul sin placas con las luces intermitentes. Ambos hombres entraron en la parte posterior y la camioneta arrancó.
- Para que veas que ésto no es un juego te voy a explicar cómo funciona todo. Tu novia está dentro de ese edificio con unas enfermeras que, digamoslo así, no son las más correctas del mundo. Con sólo una llamada, tu novia pasará a mejor vida. ¿Entiendes?. Ahora, ésto es lo que quiero que hagas. ¿Qué tan bien conoces La Candelaria?.
- He ido varias veces. - respondió Juan, temeroso.
- Perfecto. Iremos a una tasca que se llama La Cita. Una vez adentro buscarás en la barra a un mesonero llamado Víctor. Él te indicará la mesa donde está un señor. Le vas a entregar este paquete y le vas a decir que lo abra inmediatamente. Una vez que lo hayas visto abierto, te vas a regresar a la camioneta. ¿Quedó claro?.
- Sí, por supuesto. Víctor, paquete, señor, camioneta.- respondió
- Cámbiate la camisa por esta, así no llamarás tanto la atención.-
Llegaron al lugar y Juan se bajó. Entró a la tasca y le preguntó a un mesonero si había un lugar donde llamar urgentemente. El mesonero le respondió que en la entrada hacia los baños había un teléfono público. Caminó hasta allá cuando otro mesonero repleto de vasos tropezó con él. El estruendo fue tal que la mayoría de los presentes volteó. Se le acercó un hombre canoso.
-Amigo mio, venga por acá para que se limpie. Le daré un paño, venga, venga.- Caminaron juntos hasta cerca de la barra y en voz baja le dijo -...por cierto, soy Víctor, recuerde que la vida de su novia es proporcional a su nivel de estupidez. Ahora, ¿ve esa dulce dama en aquella mesa?. Si, exactamente, la de los pechos gigantes. Vaya para allá y procure no tropezarse ni distraerse en el camino. Pregunte por Pedro Camacho.-
Juan caminó hasta la mesa con el paquete en la mano.
-Buenas tardes. ¿Quién es Pedro Camacho?.- preguntó en voz alta.
- Yo mismo soy. ¿Quién me busca?- le respondió un viejo gordo vestido al estilo de los ochenta.
-Traigo esto para usted y es necesario que lo abra acá mismo- ordenó.
-¿Y qué pasa si no quiero abrirlo?-
Juan se acercó al gordo, lo miró frente a frente -Maldita escoria, si no abres esa mierda, al salir de aquí te meto cuatro pepasos en la nuca y quedarás como carne de cerdo, viejo imbécil.-
El viejo gordo rompió el sobre de inmediato. Abrió la cajita que estaba adentro y pegó un grito lanzándola. La cajita cayó en la mesa y de ella salió rodando un ojo humano congelado. Juan salió corriendo entre las mesas, llegó a la calle y se metió dentro de la camioneta.